Grupo del Seminario
El grupo del seminario
Escritor, editor y promotor cultural, desde la localidad conquense de Carboneras de Guadazaón de la que fue párroco llevó a cabo una intensa labor literaria y en ella fundó la editorial El Toro de Barro, hoy todavía en activo, aunque ubicada en Tarancón, dirigida tras la muerte de su fundador por el también escritor Carlos Morales.
Poeta, dramaturgo y articulista, entre su numerosa producción títulos como El mar, La casa, Edipo el Rey, La salvación del hombre, Poemas junto a un pueblo, Roma, Poemas de amar y pasar, Columnario de cuenca, Oficio de alquimista, Loa y elogio de las cosas de Cuenca, Ciudadela, La razón de Antífona, Yad Vashem o Juegos del Mediterráneo.
Miembro de la comisión gestora que promovió la RACAL, pronunció su discurso de ingreso con el título La aportación castellano-manchega a las Letras de España y fue su primer director. Falleció el 3 de septiembre de 1997.

Nacido en la población conquense de Alcalá de la Vega en 1930, escritor, periodista y crítico literario estudió Latín, Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario de San Julián, Magisterio en la Escuela Normal Fray Luis de León de Cuenca y fue graduado por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid.
Ingresó en el diario ABC para trabajar en “Los Domingos de ABC”, pasando luego a la Sección Cultural de la que acabaría siendo jefe. Responsable de “Mirador Literario” y de “Domingo Cultural” durante varios años, fue también, paralelamente, desde 1976 y hasta su desaparición, redactor-jefe de la revista Mundo Hispánico del Instituto de Cultura Hispánica.
Especializado en información cultural y en crítica literaria, ejerció tales funciones en diversas publicaciones. También colaboró como crítico radiofónico y durante algún tiempo fue asesor en TVE de programas como “Encuentros con las letras” o “Las Cuatro Esquinas”.
Entre sus libros publicados cabe destacar, la antología crítica La nueva poesía española, Cuaderno de la Merced, Nuevo Mester de Clerecía, Juan Alcaide en sus raíces, Siete Cipreses Conquenses, Poetas conquenses del 50: los niños de la guerra, Cuenca y los enconquensados, ...
Pronunció su discurso de ingreso en la Real Academia Conquense de Artes y Letras el 13 de noviembre de 2001 con el título “Paz de Borbón, infanta ilustrada de España”.
Biografías y fotos de los autores: página web de la RACAL
El lugar
Plaza de la Merced, 3
El Seminario Conciliar de San Julián está situado en la Plaza de la Merced y, junto al convento y la iglesia del mismo nombre, ofrece una esquina de triple fachada barroca.
Se trata de un edificio fundado en el siglo XVIII sobre un antiguo palacete del siglo XVI, sobre los restos del palacio del marqués de Siruela. Además de la magnífica portada, destacan en su interior una importantísima biblioteca, un salón de reuniones de estilo rococó y un espléndido retablo gótico, obra del Maestro de Horcajo.Actualmente, es sede de una Hospedería, desde el año 2016, para lo cual se realizó una importante obra de restauración.
Lecturas
Federico Muelas. Prosas conquenses:
"¡Cuántos secretos poéticos deben encerrarse tras los muros de nuestros Seminarios! Digo esto pensando en dos magníficos ejemplos: Florencio Martínez y Carlos de la Rica. Entre los poetas jóvenes yo sitúo sin vacilar en cabeza a estos dos seminaristas que han leído a Fray Luis y a Mallarmé, a Gonzalo de Berceo y a Lanza del Vasto, a los anónimos medievales y a Pierre Enmanuel..."
Florencio Martínez Ruiz. "Un siglo de Literatura en Cuenca"- I Congreso de Escritores Conquenses:
"El resurgimiento -discreto, pero al menos bien orientado- de la cultura conquense echa a andar. Y hay datos absolutamente infalsificables, como es El Molino de Papel, una revista de poesía, creada al flanco de ese ambiente un tanto cosmopolita de la Cuenca de los primeros cincuenta, capaz de imponer un tono y un rigor hasta entonces desconocido. Lo bueno de ella no es solo la real calidad del grupo principal, formado por Eduardo de la Rica, Miguel Valdivieso y Andrés Vaca Page, sino la modernidad alojada en un espíritu culto como Eduardo y en menor medida de sus compañeros. El Molino consiguió que los matasellos del mundo variopinto estampillasen el nombre de Cuenca, a través nada menos que de cincuenta números aparecidos. Para completar el cuadro, por explosión retardada o por contagio ambiental, dos centros educativos y académicos como el Seminario Mayor de San Julián y el Teologazo de los padres paúles de San Pablo se sumaron a esa “movida” cultural desde sus inquietudes estudiantiles, creando revistas como Gárgola o Nuevos apóstoles que fueron, dentro de su simbólica modestia, una punta de lanza hasta entonces impensable en campos tan acotados.
Naturalmente, si hablo de Gárgola, nuestra revista manuscrita y única, no lo hago por recordar algún episodio de mi juventud, sino pura y simplemente porque el grupo que la alentaba -Carlos de la Rica y aún yo mismo- tuvo la suficiente consistencia para ser tenida en cuenta y llamar la atención en ambientes poco propicios a unas tímidas voces líricas. De ahí que, más que la revista, hay que referirse al grupo. El hecho literario tanto de Mangana como de San Pablo desbordó por su desenfado y viveza el límite constreñido de las aulas. Y se propagó por la ciudad, en lecturas y recitales, representaciones teatrales y colaboraciones poéticas solicitadas desde muchos puntos de España. Los alumnos de San Julián colaboramos en Estría y en otras muchas revistas, como Incunable y Signo, en tanto los alumnos paúles -Gallastegui se alzó con el premio nacional del Congreso Eucarístico de Barcelona, con un feliz poema constituyeron un cohesivo grupo poético y teatral de mucho fruto.
No fuimos rebeldes ni siquiera “beatnik” de ocasión. Pero lo cierto es que Mangana no deja desde entonces de erigirse en la niebla de la memoria como un Greenwich Village o como San Francisco de sana emulación juvenil. Se dirá que aquellas expectativas suscitadas apenas han sido cumplidas en una mínima parte. La explicación no es fácil ni acaso cómoda, porque el valor de aquella sacudida poética nace, crece y desaparece en su verdad de símbolo. Testigo y coprotagonista de ese movimiento -en mi caso truncado con implacable violencia- todavía no he extraído las consecuencias de todo ello, apenas visible en mi modesto Cuaderno de la Merced.
La muerte de Carlos de la Rica exige, de una vez por todas, la recomposición de aquel ambiente, el recuento de sus batallas, ganadas o perdidas, y en todo caso, su resituación dentro de la pequeña historia de la poesía conquense por esos años y los posteriores".
Ruta II
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