La Canoniga

II. La Casa de la Sirena

En una calle estrecha, próxima a la plaza, no lejos del Seminario, existía por entonces una casa antigua, alta, de color gris. Por su aire medieval y por su altura recordaba los palacios sombríos de Florencia; tenía varios pisos con ventanas estrechas, y únicamente en el principal dos balcones de mucho vuelo, con hierros labrados. En la fachada, sobre el arco de la puerta de grandes dovelas, ostentaba un escudo, probablemente más moderno que la casa, con varios cuarteles; en el principal o jefe se veía una sirena con un espejo y un peine, y en los demás, un sol, varios dardos y una granada.
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La Casa de la Sirena era por dentro estrecha, oscura y sombría. Los muros, espesos, hacían que las ventanas, pequeñas, parecieran saeteras, por donde apenas entraba la luz; por todas partes olía a humedad y a cerrado. Sin duda el que mandó construir la casa temía al viento, que azotaba allí de firme, y no era muy apasionado del sol.

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